Hace pocos días leía un comentario en Twitter, de los millones que en estos aciagos días circulan por la red, que decía: “mi trabajo me obliga a revisar cada día gran parte de la prensa europea y latinoamericana. Salvo en algún tabloide británico que sus propios lectores se toman a broma, este grado de odio y sectarismo no existe fuera de España”. Ilustraba su comentario con la foto de portada de un diario de amplia tirada nacional, que titulaba: “El presidente del coronavirus en la ‘zona cero’ de la Moncloa” .
Según leía el comentario, rememoraba tristemente los versos de Machado que, escritos en otro contexto histórico, desgraciadamente aún tienen vigencia: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. ¿No hemos avanzado nada en la sociedad española sobre el cainismo imperante en una buena parte de nuestra historia?
Hoy, que vivimos unos momentos dramáticos para cientos de miles de personas, sólo debía haber una causa nacional y una sola partitura que interpretar. Lo que exige la situación es dedicar todo el tiempo y la energía a combatir las consecuencias que para la salud, la vida y la economía tiene esta pandemia de dimensiones desconocidas.
Cuando aparecen los primeros casos de infección hace unos meses en China, nadie en Europa piensa que se va a propagar con la virulencia y letalidad que lo está haciendo.
Al gigantesco esfuerzo, con riesgo para su propia salud y su vida, de los que están librando la batalla en primera línea, empezando por todo el personal sanitario y de servicios sociales, y siguiendo por todas las personas encuadradas en el resto de los servicios esenciales que siguen operando cada día, debía unirse la altura de miras de los representantes elegidos en una sociedad democrática para no menoscabar el esfuerzo colectivo.
La realidad sin embargo es otra, el regate en corto y el intento de llevar un miserable caudal de votos a su acequia para futuras elecciones está dominando la escena. Qué flagrante contradicción entre la dedicación, el esfuerzo y la entrega de la inmensa mayoría de la sociedad y la deplorable cara que exhiben los dirigentes de la derecha, con honrosas excepciones.
Hablamos de la salud y la vida de nuestros conciudadanos y lo primero exigible es respetar una máxima atribuida a Hipócrates, “primum non nocere” (lo primero es no hacer daño).
Para enfrentar un reto de esta dimensión no había hoja de ruta ni protocolo previamente establecido. El confinamiento de los ciudadanos en sus domicilios tenía como objetivo básico la preservación de la salud y la vida con el menor daño a la economía, de la que también dependemos. Criticar con dureza estas decisiones trasladando incertidumbre a la población no es lo más leal y constructivo. Ahí está el camino seguido por diferentes países gobernados por diferentes opciones ideológicas.
Criticar con dureza las dificultades para abastecerse de materiales para la protección y el tratamiento, en un mercado donde la demanda mundial está desorbitada respecto a la capacidad de producción instalada, tampoco ayuda a la tranquilidad.
Avicena, médico y filósofo persa, decía hace mil años que “la imaginación es la mitad de la enfermedad, la tranquilidad es la mitad del remedio y la paciencia es el comienzo de la cura”. Compartiendo el dolor con familiares y amigos de los que en estos momentos nos han dejado, no podemos introducir en la imaginación colectiva nada ajeno a lo que la ciencia aconseja para enfrentar el momento, no podemos alterar con bulos y falsa información la tranquilidad necesaria y debemos seguir pidiendo disciplina y paciencia colectiva para vencer a este virus con la energía conjunta de la sociedad. Toca grandeza y altura de miras.